Para los Pyross, que eran adoradores del sol y dependían de él, el agua significaba muerte y desolación: les quemaba. La estación lluviosa también suponía la agitación de los dragones. Los monstruos se acercaban furtivamente a sus cuevas en Orfalaise e incluso mataban a algunos de ellos. Cada día esperaban los signos de la estación seca. Cuando el sol regresaba, los Pyross se embarcaban en una cruzada a través del desierto en busca de la gente que ellos consideran responsables de su mal: Los Hydross. Si ellos pudieran destruirles, el mundo sería mejor, un mundo sin dragones. Para los Hydross, el ciclo era opuesto: el calor del sol les convierte en estatuas, transformando sus cuerpos en piedra y dejandoles a merced de sus enemigos. Solo los beneficiosos efectos del agua podrían devolverles a la vida… La guerra entre los Pyross y los Hydross continuaba hasta el día en que Skän, un joven guerrero Pyross que había ido a una cruzada en el lejano desierto, fijó sus ojos en Kallisto.